De un profe, para los profes
de mi querido Chiapas.
A propósito de este mes del
maestro.
Los Dos extremos de nuestro
sindicalismo
Gregorio de J. Hernández
Grajales
El estado de indefensión en el
que nos percibimos aquellos maestros que no pertenecemos a ningún coto o
parcela de poder sindical o filiación militante de algún grupo del sindicato de
maestros en Chiapas; la incertidumbre real, ante el embate o beneficios que
pueda generarnos la actual reforma educativa
nacional, permite, -en el uso de
nuestra facultad de razonar libremente-, generar apreciaciones sobre el estado
que guarda nuestra cultura gremial, que sin menoscabo de los logros respectivos
que el SINDICATO ha logrado arrancar en esta cultura de permanentes
“negociaciones”, al parecer, hay junto con pegado, un olvido y un rezago en
materia de protección profesional y laboral de los derechos humanos elementales
que el sindicato debería poner en la mesa de los debates a partir de la
“opción” que nos dejan las leyes reglamentarias locales, mismas que deberían
estarse ya configurando y eso si, negociándose con el congreso local, para su
impronta y justa aplicación de los derechos y obligaciones.
Lo cierto es que hoy, preocupa
percibir que el sindicato sólo se ocupe y nos convoque, unos a la participación
pasiva, otros a la suspensión y paro de actividades, pero ambos bajo la
racionalidad de sus conquistas expresadas en cercanías o distancias con el
poder en turno, condición que permite a unos y a otros, asomarse y ser
protagónicos del ejercicio sindical o institucional a partir de un activismo
político sindical centrado en la negociación subterránea de espacios políticos
a partir de las demandas de los trabajadores –que siendo reales y muchas- se
convierten en motín y bandera de grupos creando una arena de lucha sucia, que
terminan por degenerar las aspiraciones del maestro que ocupado en su aula o en
la academia, deposita el voto de confianza en sus representantes. En esta arena
de posicionamientos, los dos extremos de nuestro sindicalismo, obligan a
repensar el futuro de nuestra cultura gremial, que ojalá no se vuelva instaurar
en el caudillismo de figuras vitalicias ni tampoco del rejuego autorizado por
el gobierno en turno de una cultura sindical subsidiada para la promoción de
una cultura magisterial fundada en la violencia y la intolerancia.
De un lado, los impulsores
viscerales de la contrarreforma, del no a la innovación y al movimiento
necesario de prácticas anquilosadas con usos de abusos convirtiéndolos en leyes
y conquistas revolucionarias del sindicato, que no es lo mismo, convertirse en
una instancia sindical con valor moral por su impacto en la justicia social
amplia más que la defensa de lo gremial. Por otro, los institucionales cuya
maquinaria política clientelista y electoral engendrada y permitida por el
mismo
estado, sigue efectiva y
funciona aún a la perfección, asumiendo actitudes de complacencia tácita
incluso bajo los mismos rituales, se aprecia hasta una disculpa de haber tomado
distancia con el viejo régimen pero de su incondicional regreso y
disponibilidad. Ambos, al final, contribuyendo a la confusión del maestro en
servicio, que desde el aula, recibe y percibe, lo que con más frecuencia oye;
filiaciones y fobias son así, los únicos posicionamientos ideologizados que se
logran configurar en el magisterio. Pocos lectores, demasiados juicios, nula
discusión fundamentada, apreciaciones subjetivas, especulaciones y
deformaciones a favor y en contra de una reforma, que ya de entrada, se asoma
como unilateral y punitiva desde su presentación y origen, pero que el
sindicato, mas que rechazarla o admitirla, tendría que convertirla en un buen
motivo de ocupación para su reinvención y negociación permanente.
Un sindicato entonces sin
perspectiva de reorientación de prácticas, de filosofía y de identidad misma.
Un sindicato que pulverizado y fragmentado desde sus componentes centrales, no
propone porque pocas veces lo ha hecho, no inicia ni crea porque se acostumbró
a obedecer y a recibir. Los unos, no se mueven, obedecen, porque aun quiere
salir en la foto. Los otros, porque les han alcanzado el precio y solo simulan
a la base que hay que movilizarse sin moverse; discursos incendiarios con
prácticas de corruptelas en sus dirigentes, quienes usufructúan con canonjías
su razón “revolucionaria”, estructura y prácticas fuera de norma pero
permitidos por los gobiernos y ávidamente consumido por la complicidad de la
cúpula “democrática”. Un sindicato cooptado siempre, de ambos lados, y cortados
desde el mismo cordón umbilical. Ambos mayores de edad pero sin independencia,
especie de hijos del viejo régimen que por su corporativismo de origen no
logran ni piensan ni quieren tomar riesgos de la aventura para construir sus
propios proyectos de sociedad civil si clientelismo. Un sindicalismo que espera
a la toma de decisión de quien manda para obedecer literalmente por un lado; a
contradecir, arrebatar, gritar, patalear, pero finalmente aceptar solo para
parecer contestatario y democrático, por el otro. Simulación contestataria que
solo está sirviendo para ser cómplices del problema, aumentando con ello, una
magisterio que se auto desarrolla y multiplica en el todo o nada con la
complacencia y financiamiento del propio gobierno, duplicidad de gastos,
duplicidad de negociación, duplicidad de actitudes, irreverencia y obediencia
controlada de alto costo para el erario público.
Un sindicalismo que hoy
también es gobierno, un sindicalismo que parte y reparte; que se asume y defiende
como juez y parte; que dejo de ser el vigía acompañante de un buen gobierno,
celoso de su gremio no sólo de sus lideres y cuadros. Que hoy es comparsa pero
quiere seguir siendo a costa de lo que sea, militante popular y de lucha social
pero gozando de los beneficios que el poder les obsequia en demasía, incluso de
sus irregularidades laborales-salariales en las que muchos de sus “líderes
morales” están instalados. Un
sindicalismo que contiene y mantiene una estructura de poder similar o mas
perfeccionada que el estado, cuya cultura clientelista ha alcanzado dimensiones
perversas con personajes perversos que se niegan a regresar a sus aulas y viven
de la ya legitimada alharaca política sindical fundada en el activismo grupal
mas no en la construcción real de una cultura sindical del magisterio que
apremie a la mejora colectiva y la formación profesional del magisterio.
La aparente orfandad sindical
de hoy, nos muestra que aun estamos lejos de ejercer nuestra ciudadanía
sindical; el rumbo tiene que empezar a construirse desde una visión
sindicalista respetuosa pero inquieta, ordenada pero transgresora de cualquier
verticalismo dañino para cualquier época y sociedad. Donde lo critico no se
confunda con lo grosero, donde lo contestatario nada tenga que ver
necesariamente contra el gobierno con rabiosa intolerancia, pero si con el
encuentro de lo justo y equitativo de la labor educativa. Donde lo público y lo
privado sean consideraciones de respetuosa convivencia y generosa
correspondencia. Un sindicalismo que no solo defienda lo indefendible de sus
cuadros y de sus usos y costumbres, sino que defienda y también apremie el
valor de sus afiliados como un ente diverso, racional e incluyente y no solo
con identidad de grupos. Donde lo diverso no sea enemigo, y donde el otro se
incluya en el nosotros. Pero sobre todo, donde el trabajo político con las
bases se fundamente en banderas de crecimiento profesional colectivo, de
aportes y toma de decisiones consensadas lejos de prácticas clientelistas que
solo azuzan para gritar sin saber escuchar, sino de células colegiadas que
apremien la cultura del debate responsable en los temas que hoy nos implican;
acciones que permitan contribuir en la cultura del maestro, mas que evidenciar
la ignorancia y la ausencia del mínimo común denominador de quien educa a
otros.
Un sindicato entonces que
abandere la transparencia, la eficiencia y calidad de los agremiados asumiendo
su responsabilidad en la corrupción denunciada mas que en la equivocada idea de
la protección y reproducción de las experiencias fundada únicamente en lo
laboral. Defender la escuela publica, es en esencia, defender y cuidar lo que
hacemos y cómo lo hacemos, no es un asunto de discurso cínicamente ilustrado o
de simple herencia posrevolucionaria. Defender el derecho de los trabajadores,
implica ser corresponsable de la transparencia, equidad y justicia laboral, no
cómplice de un poder que arrope solo a sus cuadros y abandone a la SOCIEDAD. Un
sindicalismo que también privilegie la perspectiva a futuro mas que el resolver
el aquí y el ahora, quedándose en la demanda de la inmediatez y soslayando la
opción histórica de construir perspectivas colectivas del magisterio y la
sociedad.
Permítaseme en este tenor,
poner en el tintero de nuestras quimeras una opción intencionada que nuestro
sindicato debería abanderar más
allá de la inmediatez del
clásico pliego petitorio de cada 15 de mayo, ritual que gasta y desgasta no
sólo en su logística de operación, sino en la mas mínima expresión de respeto a
la inteligencia magisterial; por un lado, la responsabilidad del gobierno por
permitir llegar precisamente a este momento de “negociación” para dar año con
año el porcentaje tabulado de aumento salarial, como el 3.9% de esta ocasión,
pero que se pierde más ante el jaloneo provocado. Por otro del sindicato, que
sin ningún ejercicio de auto revisión de prácticas, se repiten esquemas año con
año, con demandas innecesarias que atienden más a la falta de seguimiento y
evaluación de las responsabilidades administrativas en las que se incurre por
“negociación” o “minuta” que por un vacio de atención. Escenario estructural de
problemas diversos provocados en el argot del estira y afloja que produce el
tratamiento de los asuntos en las famosas comisiones mixtas establecidas en los
niveles o incluso de decisiones unilaterales asumidas por los administradores
oficiales, pero que el sindicato debería ser el principal guardián del orden y
respeto y no parte del problema. Asunto de boomerang, que los pliegos
petitorios anuales atienden sin llenadores, ya que se vive, con eternos
remiendos, tapando los hoyos existentes y abriendo otros más profundos. Y así
sucesivamente, lo que convierte el asunto sindical vs gobierno, en un cuento de
nunca acabar, mismas prácticas, mismas gentes, mismas rutas.
Hoy muy pocas propuestas del
sindicato están incidiendo en las leyes secundarias, no hay visos de cómo el
sindicato pudiera influir en las leyes reglamentarias como la alternativa legal
para poder contrarrestar los abusos de aplicación que la reforma pudiese
provocar en los agremiados. Ni tirios ni troyanos asumen responsabilidad alguna
en la construcción de esta ruta, unos no solo lo asumen sino que hasta la
defienden; los otros, no solo piden destruirla, sino que, la extienden a
considerarla, como la más cruenta agresión a “prácticas ya conquistadas” a
“privatización de la educación” “políticas capitalistas” etc. Que aún siendo
ciertas, no fundamentan con los actos el dicho, y aunque al final, admitan su
distancia con la normatividad sean los primeros en corromperla. Procuran un no
rotundo a la reforma fundamentalmente en las áreas de responsabilidades pero se
cita irónicamente aquellos preceptos de la misma, que permiten pedir y exigir
más sobre la responsabilidad del estado.
En este vacío de rutas
críticas, en esta ausencia de posibilidades y utopías de ambas partes, o si las
hay, carecen de voluntades para asomarse, me permito, en la euforia de mis
angustias y limitaciones, retomar posiciones a veces comentadas, a veces ya
escritas en los vericuetos de la razón critica de un sistema educativo que
privilegia la regulación, que insiste en la medición, pero que desdeña en su
intento, grandes opciones de emancipación cultural y de formación ética de la
persona ejercidos con ambientes colectivos de vida respetuosas y no tanto por
decreto oficial de valores con los que no se vive, solo se
discursa y se demanda. Y puede
ser, con mucha razón, que ese sea el caso cultural que está extendida en
nuestras escuelas. Se piden valores, se estudian valores, se habla de valores,
pero no se cohabita con valores.
No obstante, la escuela, no es
un ente aislado, es un micro espacio con su micro historia y su micro
relaciones de poder, las más de las veces, sujeta a la institucionalidad que la
ordena y la mandata. Pocas son aquellas que han logrado crear e innovar sus
propias rutas de convivencia colegiadas uniendo esfuerzos y voluntades, muchas
mas, las que con un poco de liderazgo han cubierto sus procesos de vigilancia y
cuidado del servicio que ofrecen, pero las mas, viven bajo el cumpli-miento
literal de las reglas y rituales de la escolaridad sin que ello signifique
garantía de la formación de calidad tan demandada.
Luego entonces, si la reforma
actual, alude, en su modificación al 3º. Constitucional, que la calidad ya no
es asunto de aspiración de la política educativa, sino de asumirse con rango
constitucional, cualquier escuela que no cuide sus procesos y servicios que
oferta a la población podrá entonces ser demandada legalmente por aquel padre
de familia que considere una falta de calidad en la atención de su hijo (a); lo
que implica a la vez, que antes de juzgar al estado por su promesa incumplida,
será el maestro quien de corporeidad legal como directo responsable del acto
fallido. Qué papel jugará entonces el sindicato? Entraremos a procesos
correctivo nuevamente, y el sindicato a defender lo indefendible? Creo que el
problema es estructural, en consecuencia, los procesos de reforma también
tendrían que ser estructurales, no punitivos y parciales, tampoco solo
dirigidos al maestro y directivos de escuela. El asunto escolar es un asunto
sistémico y no solo de contenidos. El asunto entonces de la calidad, es una
cuestión de corresponsabilidades y de su exacta definición para no dejarla al
libre albedrio del más cercano interprete so pena de crear evaluadores por
todos lados. En tal sentido, obliga a dos rutas que nuestro sindicato debería
abanderar para reorientar su posicionamiento fuera de aquellas dos vertientes
extremas con las que estamos instalados en automático y acudir al llamado de un
nuevo sindicalismo propositivo y de conexión colectiva que oxigene a nuestro
sindicato:
1.- Si el Estado habrá de
asumir la rectoría de la educación y además la calidad se le asigna rango
constitucional como característica obligatoria de la escuela: démosle entonces
la bienvenida a esta reforma; es una oportunidad histórica que reivindica
nuestra educación pública, laica, gratuita y obligatoria. Pero, para ello,
precisa de una definición contextuada de las leyes reglamentarias que respeten
la diversidad de Chiapas y regulen el exceso de responsabilidad que se le
quiere asignar unilateralmente al profesorado, digamos sí a la evaluación, pero
a todos. Las leyes secundarias preliminares que desde el diario el Universal se
han filtrado avizoran una perspectiva de instalación de una
cultura evaluativa no solo de
resultados, sino también de procesos, de respeto a contextos diversos y
condiciones específicas del trabajo docente, ojalá así sea.
En estas condiciones, el
sindicato, podría desde esta ruta, ser el vigía garante de esta promesa. El
aforismo de la calidad, independientemente del sentido de origen que tenga,
debe dejar de verse como calidad de resultados únicamente, quizás asumirla como
la gran promotora de potencialidades personales y disciplinarias que se es
capaz de procesar con los alumnos, tanto colectivas como individuales que como
condición debe tener toda acción de la escuela y particularmente del maestro,
formar al ciudadano del buen vivir, del buen ser, del buen hacer.
Es así, como en nuestra
condición de maestros, la calidad se convierte en una básica y necesaria
condición humana, personal/profesional, funcional, útil y trascendente de la
acción docente; aptitudes y actitudes sobresalientes que permiten dar un
servicio que informa y forma, que educa como persona y para la vida. Por
supuesto que la calidad así entendida, sí queda acotada a las condiciones
particulares del docente, y por tanto, bajo responsabilidad de lo que somos
capaces de dar, transferir, contagiar, provocar, informar, enseñar, dependiendo
de lo que mejor hagamos; nadie puede dar lo que no tiene. Pero también es
importante subrayar, que el servicio docente se desarrolla a un todo, no es un
proceso aislado ni el profesor un ente autónomo en sus fines y metas. Entonces
la calidad adquiere una dimensión mayor, aparece como calidad educativa,
entendida como la preocupación de cómo dar mejor educación, por un lado y, cómo
hacerlo para todos, por el otro. En consecuencia, la ausencia de calidad y la
permanencia del profesor no son asuntos de exclusividad del docente, mucho
menos debe ser motivo de desamparo y culpabilidad paliada y justificada por
bajos resultados medibles únicamente. La calidad es así, un asunto de equidad
de condiciones, de igualdad de oportunidades, de pertinencia y condiciones para
cumplir y hacer cumplir objetivos, metas y políticas educativas trazadas. Es
decir, es un asunto de responsabilidades endógenas y las propias del quehacer
docente mandatadas por el currículo y por políticas educativas locales. Por
ende, es responsabilidad ética hacernos cargo como profesores de la parte que
nos corresponde, pero a la vez, las variables externas que influyen en el
desempeño, es campo de actuación sindical, necesario e indiscutible. Ilógico
sería negar a la evaluación cubriéndola de ideologías sindicales sin hacernos
cargo de nuestros trayectos formativos a los que estamos obligados.
Las leyes secundarias o
reglamentarias en tal sentido, deberán en su constitución (de aquí a 18 meses
constitucionalmente, o hasta agosto de este año si el H. Congreso de la Unión
legisla extraordinariamente) respetar las condiciones particulares de los
contextos diversos. Es aquí donde tendríamos que apuntalar la fuerza y
presencia del sindicato para exigir la ya trillada idea de tropicalizar la
evaluación. Pero cómo lograrlo,
si la fuerza del sindicato
está orientada en direcciones retorcidas del clientelismo y no de la ruta
propositiva y demandante que habría que hacérsele al CONGRESO LOCAL para
legislar al respecto. ¿Quién está determinando las leyes reglamentarias para el
escenario diverso de nuestro estado de Chiapas? ¿Está participando el
sindicato? ¿Está el congreso local revisando dichas leyes o, solo aprueba las
dictadas a nivel nacional?
En esta ruta entonces, hay una
fértil e inédita bandera de participación sindical que debería aglutinar toda
la experiencia de lucha gremial para hacer del sindicalismo una realidad
aquello de la defensa laboral que evidentemente requiere el magisterio ante la
actual reforma educativa. ¿Qué leyes locales van a tratar puntualmente el
asunto de la inequidad social de los grupos indígenas y marginales de Chiapas
ante la demanda constitucional de la calidad educativa?¿Cómo habrá de generarse
la evaluación de los maestros chiapanecos frente a regiones, zonas y
comunidades con un bajo índice de desarrollo humano? La calidad ratifica
entonces su necesaria correspondencia con la equidad y la justicia social para
valorarla. El sindicato tiene aquí, la gran tarea histórica de contribuir, a
través de la defensa de las condiciones generales del trabajo docente sin
pervertir la idea de defender lo indefendible las más de las veces centrada en
la actitud poco profesional de sus docentes. Los resultados de exámenes en
consecuencia, no son condición directa del desempeño docente ni del nivel
formativo del maestro, es solo una variable, pero necesaria. No obstante, falta
legislar al respecto para particularizar las condiciones de evaluación en
Chiapas.
2.- Por otro lado, el INNE
como instancia autónoma e independiente, aparece como GARANTE de la evaluación,
así se avizora con la presencia de sus líderes morales académicos que recién
han sido nombrados, ojalá no se pierdan en la ruta de la cultura arraigada del
poder basada en las recomendaciones o instrucciones superiores, ojalá que no.
De ser así, estaríamos arribando a niveles de cinismo ilustrado sin
precedentes, dando continuidad a una política que solo dibuja instancias
legales para objetivar y legitimar ilegitimidades. Tengamos fe que harán su
chamba y lo harán con la calidad esperada. Falta ver, con mayor importancia,
cuál será el procedimiento estatal de este símil. Ojalá que la racionalidad
política sea de política educativa y no de política-política.
En este tenor, el sindicato
tiene otra gran vertiente de atención puntual, esta veta de oportunidades para
reivindicar la defensa laboral y el seguimiento transparente, equitativo y
justo de las evaluaciones, de los evaluadores y de los evaluados; obviamente,
tendría que ser, de entrada, el propio sindicato, un ente susceptible de ser
evaluado, de renovarse democráticamente en sus prácticas y tradiciones. Visto
así, el primer gran ejercicio o agenda pendiente del sindicato está en
promover, antes de cumplirse
los 18 meses de término legal, -o antes de agosto de este año- todo el poder
gremial hacia las leyes secundarias para hacerlas efectivas no solo para el
maestro en el aula, o el directivo de escuela, sino mas bien, en esta lógica de
sujetos corresponsables, exigir la extensión de la evaluación hacia todos los
agentes que determinan e influyen en ese resultado escolar de calidad que tanto
se demanda. Lo que incluye evaluar: ámbitos, sujetos y procesos.
Ningún sindicato podría
entonces eximirse u olvidarse de cuidar y proteger la justeza de las
evaluaciones en sus sujetos agremiados que la conforman, pero no solo para
corregir sino también para prevenir. Y en esta lógica de prevención, no solo
debe evaluarse entonces, el ámbito, el proceso, y al sujeto del aula como lugar
donde se concreta la acción educativa. Ésta debe entenderse como un proceso que
incluye, a otros sujetos también determinantes de la acción de la escuela, del
rumbo de las políticas educativas, de la forma de relación entre los que operan
y dirigen los rumbos, orientaciones, recursos y hasta procedimientos que debe
realizar la escuela; no olvidemos que la escuela, es desafortunadamente, antes
que su propia lógica constituyente, una administración del tiempo y el espacio;
una acción que vigila y castiga con procedimientos acotados y permisibles. No
es un ente aislado, es siempre acompañado, o siendo más exacto, siempre
dirigido, acotado por instrucciones superiores. La evaluación entonces debería
defenderse por nuestros representantes y solo necesariamente a través de las
leyes secundarias y no de acuerdos políticos o minutas negociadas; admitir que
la evaluación es urgente y necesaria, pero tendría que ser en cascada y no a la
inversa; que obliga a una evaluación para todos y no solo de quien concreta el
éxito o fracaso de la escuela. Véase lo que literalmente dice el proyecto de
ley del servicio profesional docente, capitulo VII, de la permanencia en el
Servicio (p. 23)
Las Autoridades Educativas y
los Organismos Descentralizados deberán evaluar el desempeño docente y de
quienes ejerzan funciones de dirección o de supervisión en la Educación Básica
y Media Superior que imparta el Estado.
Luego entonces, no sería justo
y necesario plantearse ¿Quién evalúa a las autoridades educativas? ¿Quién
determina y evalúa los organismos descentralizados? Ahora bien, si esta lógica
evaluativa se orienta a los sujetos concretos plenamente situados y fechados
como el profesor, el director, supervisor o jefe de sector o enseñanza, en la
educación básica, ¿Por qué no pensar también, por razones de justicia y
equidad; de la misma forma en que habrán de ser evaluados los sujetos directos
de la escuela, deberían a su vez, evaluarse los sujetos determinantes de la
acción y política educativa?:
¿Quién evalúa al jefe del
departamento del nivel?
¿Quién evalúa al director del
nivel educativo?
¿Quién evalúa al Coordinador
de planeación educativa?
¿Quién evalúa a los directores
de evaluación y operación de programas? ¿Quién evalúa a los evaluadores?
O acaso el Secretario de
Educación, el Secretario General del Sindicato, los líderes regionales o
estatales no estarían definiendo y co-participando en el asunto de la calidad
de la educación? No tendrían también que ser sujetos de evaluación periódica y
permanente condicionando la permanencia de sus funciones?
La lógica de evaluación implica
también una lógica de planeación y diseño, de operatividad y seguimiento, de
perfiles y de identidades con el campo de la educación. En otro apartado se
dice:
El docente seleccionado estará
sujeto a un periodo de inducción al servicio con duración de tres años
ininterrumpidos, dentro de los cuales tendrá el acompañamiento de un tutor
designado por la Autoridad Educativa o el Organismo Descentralizado, según
corresponda.
La permanencia de 5 años, y
otro mas hasta 7 años en el INNE, sin que medie, una evaluación temporal y/o
permanente obligan -para el caso de estos personajes reconocidos – así como el
de otorgar la facultad a la autoridad estatal de evaluar solo a los maestros,
obliga a pensar que la reforma sí contienen una idea de la verticalidad clara,
haciéndole perder las bondades sustantivas que la necesaria evaluación de los
procesos educativos requieren. La evaluación si no se asume con dialogicidad y
se piensa solo en su aplicación vertical, evaluar profesores y no evaluar a las
autoridades educativas principales, aludiendo solo a la permanencia de unos y a
la inseguridad de otros, puede ocasionar serias erosiones en las relaciones
sociales de producción de la escuela. Ojalá que algo pueda hacerse.
Gregorio de Jesús Hernández
Grajales.
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
Mayo del 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario